Estrategia

Valor no es la ausencia de miedo

Crédito de la foto montuno via photopin cc

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  • Aprendí que la valentía no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre el miedo. El valiente no es el que no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo. Nelson Mandela
  • Donde hay una empresa de éxito, alguien tomó alguna vez una decisión valiente. Peter Drucker
  • El que ha perdido un ojo conoce el valor del que le queda. George Herbert
  • El valiente tiene miedo del contrario; el cobarde, de su propio temor. Francisco de Quevedo
  • El verdadero valor consiste en que hagas sin testigos lo que serías capaz de hacer ante todo el mundo. François de la Rochefoucauld
  • Felices los valientes, los que aceptan con ánimo parejo la derrota o las palmas. Jorge Luis Borges
  • Intenta no volverte una persona de éxito, sino volverte una persona de valor. Albert Einstein
  • Lo que le da su valor a una taza de barro es el espacio vacío que hay entre sus paredes. Lao-Tsé
  • Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo. Julio Cortázar
  • No puede uno ser valiente si le han ocurrido sólo cosas maravillosas. Mary Tyler Moore
  • Un cínico es un hombre que conoce el precio de todo y el valor a nada. Oscar Wilde
  • Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar; pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar. Winston Churchill

Honrando a mis antepasados, te dejo algo de música con inspiración celta. Este es el soundtrack de la película Braveheart («Corazón valiente»).

Cuando te encuentres con el miedo, míralo a los ojos y abrázalo como ese amigo que siempre te acompañará hasta el fin de tus días. Pero nunca dejes que te domine y se aquel que puedes ser.

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Acerca de tomar decisiones bajo incertidumbre


«No tratéis de guiar al que pretende elegir por sí su propio camino», 
William Shakespeare

Decidirse es parte fundamental del cambio. A cada cambio siempre le antecede una decisión.

Decidir implica decirle SI a algo, pero también NO a otras cosas.

Crédito de la foto: topher76 via photopin cc

Crédito de la foto: topher76 via photopin cc

Para decidir puedes usar un dado, una moneda o cualquier otro método de azar. También tienes la intuición (ese estado «subconsciente» que parece funcionar bien solo en algunos) o puedes preferir avanzar por un camino «racional», evaluando la situación y las opciones disponibles.

Si vas por esto último, ten en cuenta que las «decisiones racionales» realmente no existen.

Tus decisiones siempre son moduladas por lo que sientes, tu historia, lo que crees saber, lo que piensan otros y el tiempo disponible.

Descubrir cuántas decisiones son producto de nuestros genes y su interacción con el entorno, es como asomarse a un abismo. El libre albedrío pierde sentido en la medida en que descubrimos lo «esclavos» que realmente somos.

En 1957, el psicólogo Herbert Simon propuso el término «racionalidad limitada» para definir el tipo de racionalidad que podemos tener. Es una racionalidad acotada por nuestros sesgos cognitivos.

El concepto de sesgos cognitivos fue luego desarrollado por Daniel Kahneman y Amos Tversky.

Por sus trabajos en psicología cognitiva aplicada a las decisiones económicas, Herbert Simon y Daniel Kahneman recibieron el Premio Nobel de Economía, en 1978 y 2002, respectivamente.

Se han descrito más de 50 posibles sesgos y Dolors Reig preparó una infografía sobre algunos de los más conocidos.

Es un tema fascinante y turbador.

No obstante de la misma forma que la física de Newton tiene sentido bajo ciertas circunstancias, podemos simplificar y creer que las decisiones «racionales» pueden funcionar en la mayoría de los casos donde se supone que se pueden tomar «decisiones racionales».

Y en la medida que tengas más conciencia de tus propios sesgos cognitivos, más «racional» pueden llegar a ser tus decisiones.

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Decidir es fácil cuando tienes suficiente información disponible coherente y procesable (demasiada información puede ser un problema), cuando cuentas con todo el tiempo del mundo y cuando de tu decisión no depende la vida de nadie. Es lo que se conoce como «toma de decisiones bajo certeza«.

Pero no es en esos casos cuando pasamos apuros, sino ¿qué ocurre cuando el tiempo se te acaba, tu decisión es de vida o muerte, no cuentas ni remotamente con información suficiente de buena calidad… pero tienes que decidir?

Incluso en situaciones como estas nos encontramos con dos grados de complejidad. En algunos casos, podemos definir las posibles situaciones que enfrentaremos, su probabilidad de ocurrencia y sus impactos. Cuando es así, te puedes equivocar, pero analizando las probabilidades puedes decidir de una forma relativamente similar a como cuando lo haces teniendo bastante control de la situación. A esto se llama «toma de decisiones bajo riesgo«.

Es en este tipo de situaciones en que combinando probabilidades se pueden calcular, por ejemplo, valores esperados.

Pero el caso más grave es cuando no tienes idea de cuáles son todas las posibles consecuencias de tu decisión y mucho menos puedes asignar un grado de probabilidad a estas. A esto es lo que llamamos «toma de decisiones bajo incertidumbre«.

Crédito de la foto: Frederic Poirot via photopin cc

Crédito de la foto: Frederic Poirot via photopin cc

¿Qué hacer en estos casos?

Digamos que tenemos tres momentos para evaluar la situación:

– Antes de que tengas que decidirte,

– En el momento de la decisión, y

– Luego que te decidiste.

Antes de decidirte, bien valdría la pena que meditaras si te estás haciendo las preguntas correctas.

Decía Alvin Toffler: «Formular la pregunta correcta es mucho más importante que buscar respuesta a la pregunta equivocada.»

Claro también decía el señor Miyagi en Karate Kid: «La pregunta es importante solo si la respuesta es correcta.» jeje 😉

Pero en fin, cuestionarte tus premisas, deseos, preguntas, por lo general es un buen ejercicio cuando lo que tienes al frente es un mar de incertidumbre. En más de una oportunidad puedes descubrir que te estás ahogando en un vaso de agua.

Luego, llega el momento de decidirse y básicamente pudieras manejar tres tipos de enfoque para abordar la situación.

Si por naturaleza te sientes pesimista o tienes una gran aversión al riesgo, puedes pensar cuál es el peor de los escenarios posibles y asumir la mejor estrategia posible para esa situación extrema.

Por el contrario, con una visión muy optimista, puedes optar por aquella estrategia que te lleve a obtener el máximo de beneficio si se diera el mejor de los escenarios posibles.

Y como la mayoría de las personas no son extremadamente optimistas o pesimistas, un criterio que podría serte atractivo es el de buscar la frustración mínima; esto es, haces un análisis de escenarios o simulación, y te decides por aquella estrategia que parezca funcionar mejor en la mayoría de los escenarios que logras visualizar.

En cualquier caso, te recomendaría que también cuentes con indicadores tempranos que te permitan ver cómo va resultando la estrategia y que estés preparado para cambiar rápidamente de rumbo. Con tanta incertidumbre, la probabilidad de equivocación puede ser grande, así que si puedes detectar que no está resultando cómo esperabas, aún pudieras probar una estrategia alternativa.

Tom Robbins: “Mantente comprometido con tus decisiones, pero sé flexible con tu enfoque”.

En fin, buscarás múltiples formas para intentar reducir la incertidumbre pero con frecuencia no será posible.

Así que entramos al tercer momento, el que para mi es el más importante de todos: la forma cómo asumes las decisiones que tomas bajo incertidumbre.

Esto es fundamental.

Muchos se «defienden» restándole importancia a la incertidumbre, autoengañándose para convencerse de que tienen más control del que tienen. Se niegan a ver opciones que no están bajo su control y entran en un estado de «ceguera mental». A lo mejor esto sirve para reducir ansiedad, pero con mucha frecuencia lleva a decisiones erradas.

Otros sufren de parálisis. Al no tener control, no pueden decidir. Esto tiende a ser lo peor que puedes hacer.

La peor decisión es la que no se toma… generalmente. 😉

Si te paralizas es porque entras en pánico.

Evalúa tus miedos. Pilar Jericó resumen muy bien a qué le tenemos miedo.

El tipo de miedo que típicamente sentimos cuando nos enfrentamos a una decisión difícil es el miedo al fracaso. Todos, en mayor o menor grado, necesitamos obtener logros en nuestra vida, pero sabemos que nos podemos equivocar y con ello, pudiera sentir rechazo, pérdida de poder o incluso, riesgo de no supervivencia.

Por eso es tan común que cuando estamos frente a un gran cambio, nos lleguen varios de estos miedos y de allí, el frecuente rechazo a asumir riesgos.

¿Cómo enfrentarlos? Lo que sugiere Pilar, lo resume en siete enunciados:

1.- Sueña y escoge
2.- Ten pasión
3.- Aprende y crea nuevos hábitos
4.- Transforma tu emoción en emociones que te impulsen
5.- Conviértete en referente para los demás
6.- Desarrolla tu poder personal
7.- Comprométete.

Para profundizar sobre este tema, te recomiendo el excelente libro No miedo de Pilar.

Finalmente, cualquiera sea tu decisión, trata por favor de no «tomártela tan a pecho».

Fracasar, probar, aceptarse, innovar, es parte de vivir. Así que ¡vive!

Siempre puede ocurrir que te topes con un cisne negro y te lleves una grata sorpresa.

¿Y que me cuentas de tu experiencia? ¿Has tenido que enfrentar situaciones de toma de decisiones bajo mucha incertidumbre? ¿Cómo las resolviste?

«El que no abandona nada a la suerte hará mal pocas cosas, pero hará muy pocas cosas.»
George Savile

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El momento del cambio

Un día te ilusionas.

Algo te hace clic en el cerebro y llegas a la conclusión de que eso es lo que vas a querer hacer el resto de tu vida.

Pero a veces ocurre que con el tiempo, te desenamoras. Comienzas a sentir que no era cómo lo esperabas, quieres dejar de hacerlo pero continuas porque piensas que desistir es fracasar.

photo credit: h.koppdelaney via photopin cc

Crédito de la foto: h.koppdelaney via photopin cc

Me ha pasado varias veces pero al menos una vez fue en grande. Tenía apenas 15 años cuando viendo un documental sobre bioquímica de la memoria, decidí que me iba a dedicar a la neurobioquímica.

Era una idea bastante osada por varias razones, como por ejemplo, que en la ciudad donde vivía apenas había dónde realizar investigaciones de ese tipo.

Dos años después egresé con honores de la secundaria, entré a una excelente universidad con la nota más alta en el examen de admisión y comencé a estudiar biología molecular. Apenas empecé los estudios formales de la carrera, tuve la inesperada (y muy afortunada) oportunidad de ingresar en el único laboratorio de investigación en neurobiología que había en la ciudad.

Aprendí mucho y comencé a hacer investigaciones de esas que llaman de «frontera». No había cumplido 21 años cuando ya tenía publicaciones en revistas científicas auditadas internacionalmente

Una carrera sin duda muy «exitosa»… pero llegó la frustración.

Descubrí que investigar con tubos de ensayo no era lo que esperaba. El ritmo de la investigación me resultaba desesperantemente lento y la vinculación entre lo que hacía y las aplicaciones prácticas para ayudar a la sociedad, sumamente distantes.

En el fondo era un tema de «gusto»; realmente deseo mejorar mi entorno y no soy tan paciente como para tener que esperar décadas para ver el resultado tangible de mi trabajo.

Así que cuando diseñé un nuevo sistema de provisión de materia prima para los experimentos, que revolucionó la forma como se venía haciendo por más de 20 años en nuestro laboratorio, comencé a comprender que me había «equivocado de carrera». Lo que realmente me gustaba era la gerencia.

Ese es el momento en que entras en crisis. Se mezclan las emociones: ¿he fracasado? ¿por qué mis colegas parecen disfrutarlo tanto y yo no? ¿tendré que empezar de nuevo? ¿estaré traicionando mis sueños o a mis compañeros? Te sientes mal y tienes miedo.

Pasé meses en esa situación y cuando faltaba poco para graduarme decidí abrir una puerta: presenté una prueba de admisión en un postgrado de gestión de empresas. Cuando llamaron para informarme que había sido admitido, me preguntaron cómo iba a pagar. Entonces tuve que responderles que no tenía cómo (era carísimo y mi sueldo de investigador no graduado no daba para mucho), así que les agradecí la oportunidad, pero yo llegaba hasta ahí.

Parecía que se había cerrado esa puerta, pero una semana después llegó la sorpresa: recibí una nueva llamada para informarme que gracias a la Fundación Sivensa, habían arrancado un programa de becas y que por mi desempeño habían decidido otorgarme una de las tres becas disponibles.

¡Sorpresas te da la vida!

Pocos días después asistí a la primera clase del postgrado y al final de ese día, estaba eufórico; sabía que de nuevo estaba encaminado a cumplir con mis sueños.

Desde entonces han pasado 25 años, de éxitos y fracasos, pero llenos de mucha satisfacción. Siento que he ayudado a muchas personas, descubierto cosas interesantes, aprendido mucho y lo mejor de todo, que ahora es que me falta por aprender, descubrir y ayudar.

¿Y quién lo hubiera dicho? Haber comenzado como biólogo y científico, me facilitó muchas veces ver los problemas de forma diferente y encontrar soluciones que a la mayoría no se les hubiera ocurrido.

En resumen:

1) En cada momento de tu vida, interpretarás el camino que quieres recorrer con un enfoque distinto, así que lo que al principio te puede haber parecido bien, con el tiempo puede llegar a parecerte errado.

2) Cambiar de opinión no tiene porque ser un fracaso, dependerá de cómo lo asumas. Amargarse, deprimirse, son solo decisiones. No te quedes estancado en la situación, abre puertas, es probable que se cierren pero te estarás moviendo y alguna de esas puertas te dará una grata sorpresa. (Mira por ejemplo cómo cambian de opinión algunos científicos).

3) No le temas al miedo. Todos tenemos miedo. Lo que tenemos que aprender es cómo evitar que estos nos impidan avanzar (¿ya te leíste «No miedo: En la empresa y en la vida» y en la vida de Pilar Jericó?

4) Nunca creas que has perdido tu tiempo. Todo lo que vas aprendiendo, cada experiencia por la que pasas, te va preparando para afrontar mejor los siguientes retos. Solo mantente abierto al cambio y busca nuevas síntesis en tu vida.

– ¿Qué miedos has sentido cuando te enfrentas al cambio?

– ¿Cómo has superado tus miedos?

– ¿Has tenido situaciones en las que sientes que has equivocado el camino por mucho tiempo?

Seguramente más adelante en este blog escribiré acerca de gestión del cambio. Mientras tanto te recomiendo revisar el trabajo de John Kotter, pionero en esta área, quien escribió el libro «Al frente del cambio». Un buen resumen de su propuesta la puedes leer en la revista Estrategia Magazine.

Otro artículo interesante sobre modelos de cambio puedes leerlo en http://cambioorganizacion.bligoo.com.co/modelos-de-cambio-organizacional

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